Difusión Difusa

miércoles, febrero 01, 2012

Otro recuerdo más


Ozam, ante todo, era poeta. Cuando le conocí, aunque todavía no los había cumplido, ya bromeaba con aquello de que era una joven promesa de cuarenta años. Con el tiempo, mientras iba dejando su obra plasmada sobre el papel, seguía repitiendo la misma broma, pero pasando a ser una joven promesa de cincuenta.

Provenía de una familia sirio-libanesa, precisamente, en aquellos días en que nos conocimos, su madre acababa de fallecer y su padre liquidaba su tienda de muebles para volver a Siria; para reencontrarse con sus orígenes; para recordar, ¿quién sabe?, las causas que le habían forzado a marcharse de allí.

Por esas raíces cercano-orientales, pero a la vez tan mediterráneas, no se podía esperar que Ozam fuera un mexicano prototípico. No, no lo era. Alto, desgarbado de pelo claro, cargado, de pendientes, aretes, collares, gargantillas y pulseras. No intentaba pasar por lo que no era, no aspiraba a ser un señor de aspecto respetable en un mundo de simulación; quizás, él simulaba ser libre en una sociedad encorsetada y primaria, donde para el arribista, o, simplemente, para el que quiere pasar desapercibido, su sinceridad y sus formas, por cierto, siempre elegantes y respetuosas, resultaban incomprensibles. Nosotros, niños postsesentayocho veíamos en él ese aire hippy del que muchos de sus contemporáneos habían renegado, quien sabe si por convencimiento o por la incomodidad de ver reflejado en un espejo los tiempos de sueños no realizados. Pienso ahora, aunque con él lo hablamos varias veces, que nació el mismo año que el subcomandante Marcos, el mismo año que, por ejemplo, Miguel Bosé.

Nunca terminó la carrera de económicas, ni creo que le hiciera mucha falta, sus aspiraciones estaban en otro lado, y gente como yo, que acumula títulos pero no los ejerce, comprendemos la razón que tenía. Fue profesor de Prepa, bachillerato, pero sobre todo, maestro de un montón de gente: los que asistieron a sus clases y los que no acudimos.


En los ochenta anduvo por Europa, vivió en Barcelona y nunca conoció Madrid.
Nosotros, mientras recibíamos, año sí año no, a otros amigos mexicanos, esperamos su llegada en vano. En nuestra casa aterrizaron sus sobrinas veinte añeras, Soraya y Yamili, que, con bastante buen criterio, dejaron sus mochilas en la habitación y se lanzaron a comerse las noches. Apenas las vimos en veinte días. Qué envidia. Ambos querríamos haber sido como ellas.

Creo que a Ozam nunca le falto trabajó, sobre todo del mal pagado, como escritor que era. Fue, y me parece que seguía ejerciendo como tal, corrector de estilo, de hecho, yo mismo, fui su aprendiz en los rudimentos de la profesión y aún conservo sus apuntes con los signos y las abreviaturas que deben utilizarse al corregir pruebas, galeras y galeradas. También fue escritor fantasma, un negro literario, pero sobre todo fue autor, a pesar de los que firmasen por él y se atribuyesen sus logros.

Su vida estuvo marcada por algunos problemas físicos, quizás menores, como la miopía o los ganglios, pero los cirujanos parecieron confabularse contra él y, sus repetidos pasos por el quirófano, y las secuelas que se iba acumulando, resultaron decisivos para agravar su tendencia natural al estoicismo, la introversión y la soledad. Aunque esquivo, acababa sometiéndose a la disciplina social y con su sabiduría empática siempre argumentaba, con humor y solemnidad, desde la supuesta posición de su interlocutor.

A mí, que siempre he sido mal lector de poesía, que nunca he sido capaz de enfrentarme sosegadamente a los versos o, tan siquiera, intentado coger el paso, a veces visceral y quebrado, del poeta, me queda la tarea de releerle y disfrutar de sus palabras.

No hay comentarios: