Difusión Difusa

sábado, enero 21, 2006

Y a mi qué me importa

Un comentario en tenedor para pescado sobre la valoración y la percepción de la obra de cierta fotógrafa, Francesca Woodman, me recordó, por ejemplo, como condiciona al lector el prólogo de La Conjura de los Necios de Toole y hace que la leamos de otra manera. En este caso, es una distorsión que ha pasado a formar parte del propio libro, pues todas las ediciones tienen ese preliminar que relata como la novela llegó a las manos del editor.
Esto me hace pensar en los falsos prólogos que son utilizados en innumerables novelas como recurso literario (y que, como saben, hay incluso ciertos lectores que se toman como reales), aunque sobre este asunto volveré otro día.

De todas maneras no hace falta que se contextualice en el prólogo o en la contraportada, algún aspecto de la vida del escritor para que leamos un texto de forma condicionada. El binomio artista/suicidio es uno de los que más incide en nuestra manera de acercarnos a una obra. Me viene a la memoria, Silvia Plath y La Campana de Cristal. Pero hay docenas de ejemplos, y no sólo escritores.

Por último, hay un condicionante, que yo creo clásico en los lectores a partir de mi generación, y que poco tiene que ver con la vida del escritor que, por cierto, ya condicionaba la lectura, aunque de otro modo. Me refiero al Guardián entre el Centeno de Salinger y el asesinato de Lennon.

1 comentario:

Unknown dijo...

Toda historia, real o ficcticia, es un relato, si nos aproximamos al autor o a la obra ¿que importancia tiene esa distinción entre hechos reales e historias artificiales? todo lo que sabemos no es más que un relato, La historia de Borges es tan real como sus cuentos, lo mismo en Plath, el binomio vida-obra es indisociable en la diensión autoral. Basta de sobrevalorar el suicidio, lo cierto es que toda muerte está contenida en la vida, por lo tanto en el trabajo de un autor, no hace al escribir más que anticipar un final que guarda paralelismo con su fatalidad mortal.